Los caminos tienen el atractivo único de conducir indefectiblemente a algún lado. Hay caminos más cortos y más largos, transitados, desiertos, ocultos, evidentes, inciertos y conocidos; sin embargo la virtud del camino siempre es la misma: ponernos en movimiento, demostrarnos que solo andando se puede descubrir.
Así, pensando en los caminos, los destinos y los descubrimientos me encontré en Roma. Parado frente a las Termas de Caracalla con un plano en la mano y una línea del grosor de un suspiro que desde un punto empecinado en comenzar un triangulo se desprendía resuelto hacia arriba. Al otro lado, en mi otra mano se sostenía como podía una guía de Roma con la foto del camino que paradójicamente, en este caso, era un camino. La mítica Via Appia. En un domingo, en una mañana de sol, en primavera, en Roma, la belleza y el aire pueden convertir a cualquier empedrado, a cualquier sinuoso trazo en un lugar milenario, reconocido y hermoso. Algo de eso sucedió conmigo. El espejismo del encanto romano me deslumbro por un momento y recorrí varios centenares de metros por una calle tranquila, apenas poblada por parejas en bicicleta y familias que subían y bajaban. Aunque la foto de la guía enloquecía y a los gritos me decía que estaba equivocado yo seguía adelante, hasta que me decidí y dejando de lado mi orgullo viajero pregunté. Evidentemente estaba errado y tuve que desandar mi camino hasta el mismo triangulo del inicio, dejar el asfalto del camino que venia caminando testarudamente y empezar a desandar los adoquines que me correspondían.
Muchas veces los caminos empiezan y no sabemos a donde conducen pero ese domingo, esa mañana, sabía exactamente donde quería ir. El destino de mi viaje era doble. Conocer y recorrer la Vía Appia, descubrir las catacumbas cristianas.
Las catacumbas son una parte importantísima del Cristianismo y el Imperio Romano, fueron el comienzo de los lugares de culto cuando la muerte y la persecución eran moneda corriente y también los lugares donde dejar a los muertos. Con el paso del tiempo estas obras de ingenieria religiosa se convirtieron en verdaderos “monumentos” y en Roma, donde todo es historia, son un lugar que merece visitarse.
El camino es estrecho, delimitado y acompañado en todo el recorrido por antiguas casas, paredones y muros que mezclan la piedra, las enredaderas, los brotes verdes y el sol que se pone firme y quiere pintarlo todo. Apenas algunos autos, muy pocos, bicicletas, gente caminando y puertas que se abren a parques que apenas podemos distinguir. La Via Appia fue la “columna vertebral” del sistema de caminos del Imperio Romano. No estoy recorriendo una pequeña calle de un lugar cualquiera, estoy avanzando los mismos caminos que veían las legiones que dejaban Roma para combatir, por los que paseaban los carros triunfantes de los emperadores, los que caminaban los artesanos y los comerciantes para vender sus productos en los mercados, los que recorrían los cristianos para dejar a sus muertos. Hace apenas 2000 años, nada más.
Diría, irresponsablemente, que en el camino a las catacumbas la Via Appia puede dividirse en dos partes. La primera es la que hermosamente mezcla el verde y la piedra, el sol y los pájaros con la historia hasta la puerta de San Sebastian. Esta puerta, que aparece después de una suave curva, es una de las puertas que aún en píe pertenecen a la muralla que defendía a la ciudad en el año 200 después de cristo. Y la puerta esta ahí, la muralla también…y se ven tan firmes, tan dispuestas a cumplir con lo que prometieron que uno querría poder saber cual es el truco, donde esta el secreto. Claro que para poder compartir el sentimiento, entender que lo que uno ve puede ser tan distinto a lo que los demás están mirando, hay que tener en cuenta el cristal de la Historia. Si no conoces la historia, si no sabes de Rómulo, de Remo, de Augusto, de Claudio, de Vespasiano, de Constantino, de Nerón, de Julio Cesar, de Dioclesiano, de Trajano, Cicerón, Flavio y de tantos más…probablemente no llegues nunca a conocer Roma…aunque te pases la vida sentado en la Fontana di Trevi.
Seguí camino por la Via Appia Antica que pasando la puerta de San Sebastian se convierte mágicamente en otra cosa. Antes es una calle tranquila, bordeada de arboles, patios, enredaderas y villas ancianas; a partir de la muralla una calle muy transitada la corta como un bisturí de la modernidad y pasa a ser transitada, ruidosa, apretada y rugosa. Atravesada por muchas otras calles que tambien estan vivas. Igualmente no importa mas que seguir avanzando. Porque si uno observa mientras camina puede ver detalles que valen el trayecto. Hay antiguas villas casi en ruinas, que parecen sostenidas por hilos invisibles, algunas deshabitadas pero la mayoría ocupadas por casas, negocios, talleres mecánicos y muchas cosas mas que uno no podría siquiera imaginar en el contraste que se respira. Hay algunos antiguos restos de tumbas y empotrada en una pared del camino como testimonio de lo que una vez fue, descubri la columna que marcaba la primera “milla” de la Via Appia, a partir de allí se contaban las distancias de Roma con todas las partes del imperio.
Casi llegando a las Catacumbas de San Calixto, a la izquierda del camino esta la iglesia de Quo Vadis construida en 1637 en el lugar donde se dice que San Pedro se encontró con Jesús a quien le pregunto: Domine? Quo vadis? (Señor donde vas?) a lo que Jesús le respondió “a Roma a ser crucificado”, motivo por el cual San Pedro volvió a la ciudad ,aun sabiendo lo que le esperaba. Una calle separa a la pequeña iglesia de las catacumbas de San Calixto.
El ingreso al lugar donde estan las catacumbas es otra vez un cambio total en el escenario. La calle se diluye por un costado y sigue su ruta mientras un camino atraviesa el portico y comienza a subir suavemente, acompañado por altos árboles, en un campo verde profundo.
A medida que sigo puedo ver hacia atrás como Roma sigue ahí, intacta e imaginar el mismo espacio, la misma tranquilidad, el sol y el mismo escenario que debe haber tenido este camino 2000 años atrás. En el lugar hay varios edificios de la curia (el vaticano es el propietario de las catacumbas y sus áreas superiores), mayormente iglesias y lugares destinados a los sacerdotes. El mediodía acompaña y la gente almuerza en el césped, camina bajo la sombra de los arboles gigantes, lee, conversa y espera. Los chicos juegan al básquet, al futbol o simplemente corren en lo que ahora se convirtió en un campo profundo. Las flores se pavonean entre los pastos, algunas vacas miran sin poder creer. Pasando un área de servicios esta la boletería y el ingreso a las catacumbas propiamente dichas.
Comentarios
Publicar un comentario