El Tiburon de Mossel Bay

Ya me había ido una vez sin hacerlo y me prometí que no pasaría de nuevo. Entonces como hay promesas que uno debe cumplir, especialmente las que se hace a uno mismo me levante a las 6 de la mañana para que vinieran a buscarme y me llevaran al puerto de Mossel Bay. Había regresado a Sudáfrica y tenía que bucear con Tiburones Blancos. No hay muchos lugares del mundo en donde encontrarlos, tan solo dos o tres y Sudáfrica es uno de ellos. Así es que en el puerto, a un par de horas de Ciudad del Cabo esperamos por la partida de nuestro barco. Salimos temprano para encontrarnos con un mar tranquilo, anduvimos en el barco un kilómetro y medio mar adentro, paralelo a la costa hasta que el capitán estimo que estábamos en el sitio correcto y ancló. El mar era de un verde azulado profundo con grandes ondas que no lograban romper sino mucho más allá de donde estábamos nosotros. Nos pusimos los trajes de neoprene (el agua en esta parte del mundo siempre es bastante fría) y, mientras nos vestíamos el resto de la tripulación se dedicaba a poner en el agua la jaula de gruesos barrotes de acero en donde bajaríamos al mar y otros dos se dedicaban a llamar a los tiburones con trozos de pescado, partes de pollo y sangre. El barco era bastante moderno, con buen espacio para las 8 personas que íbamos en el, una gran cubierta que después se revelaría como el mejor lugar para intentar sobreponernos al mareo. Cuando estuvimos listos solo quedo esperar, el tiempo fue pasando y según el capitán siempre es así, muchas veces hasta una hora después de anclar llegan los tiburones a la cita. Estábamos conversando en voz baja como si intuyéramos que nuestras palabras pudieran ahuyentarlos y uno de los marineros alzo la voz y señalando el agua nos hizo ver una de las criaturas mas hermosas del mar. Acercándose, casi reptando a buena velocidad, venía hacia el barco un tiburón del tamaño de un auto pequeño. Sin aliento un minuto después cuando preguntaron quienes irían primero nos pusimos las mascaras y nos acercamos a la jaula que esta atada al costado del barco. Tiene unos dos metros de altura con un barral transversal y una puerta que la cierra., unos 30 centímetros quedan fuera del agua y el resto sumergido, uno se introduce en la jaula y flota tomado de la barra transversal con la cabeza fuera del agua, cuando decide sumergirse se hunde y se sostiene bajo el agua con los brazos haciendo fuerza en la misma barra. Parece complicado pero es muy simple mas allá de que ante semejante espectáculo uno no repare en detalles. Nos sumergimos y lo vimos venir hacia nosotros, hermoso, estilizado, gris azulado, ojos redondos y un tamaño que impactaba. Se acercaba y de un solo coletazo nos dejaba de lado para volver una y otra vez sobre el cebo que flotaba atado de una soga y desde cubierta le movían para atraerlo sin dejar que lo muerda. Al cabo de un rato se sumo otro tiburón, quizás más pequeño pero siempre con un tamaño superior al que uno imagina si no los conoce. Golpearon la jaula, la chocaron, intentaron tomar el cebo una y otra vez, abriendo sus bocas enormes, sacudiendo sus dientes tan filosos como cuchillas. La danza particular que nos ofrecieron duro tanto como pudimos soportarla nosotros, las olas cada vez mas altas ya habían dejado muy pocos participantes del viaje en condiciones de seguir disfrutando asi que el capitán no tuvo otra opción que devolvernos al puerto y a la quietud de la tierra.

Cumplí conmigo y mi promesa. Conocí de cerca una criatura fascinante. Que mas puede pedirse? Una segunda vez? Claro…porque no?

Comentarios