Hace como mil años leí
por ahí, por algún libro, no sé; que las hortensias, esas plantas tan coloridas
y particulares que crecen en algunos jardines por aca, cuidamos con esmero y
plantamos pensando en que son frágiles, en Capri eran prácticamente “yuyos”. Me
acuerdo que fui a contárselo a mi mama y después a mi papa, digo… una planta
tan “prestigiosa” como esa.. es un “yuyo” en ese lugar del mundo… bueno, la
verdad, no pasa todos los días. Pensé inmediatamente, si las hortensias, tan
bellas, son silvestres en ese lugar, por regla de correspondencia y belleza
simple, ese lugar (Capri) debe ser hermoso.
Así que cuando llegue a Capri, llegue pensando en eso.
Capri es una islita muy cerca de Nápoles en la Costa Amalfitana. Podría decirse que está dividida en dos, por
un lado Capri y por el otro, allá arriba en las alturas, Ana Capri. Tiene fama
de exclusiva y lo es. Recorrer las calles de Ana Capri es pasar por vidrieras y
vidrieras de marcas caras y exclusivas y de pequeños y bellos restaurantes que
no te dejan entrar a fuerza de dígitos en sus menues.
Capri es muy bella. Los romanos lo sabían claro y construyeron aquí varias de
esas fastuosas villas de verano que solo ellos podían levantar.
Capri es caminar por las callecitas serpenteantes, impolutas, hermosas,
delicadas, caminar al sol saltando entre las sombras de las Santa Ritas y pinos
por la Via Tragara hasta llegar al mirador del mismo nombre y quedarse
extasiado mirando los famosos “Faraglioni”
Es pasear en barco para darle la vuelta al cuerpo rocoso de solo 17
kilometros cuadrados sobre un mar
tirreno tan azul como mítico. Es llegar a la famosísima “Grota Azzurra” y
entrar al paraíso escondido (si te deja la marea)
Es bañarse en la playa de caprichosas rocas y aguas transparentes en Agosto
Es pasear despacio cuando cae la tarde.
Capri es bella.
Capri es, también, de alguna forma, buscar esas hortensias de las que lei hace
mil años, encontrarlas, y salir
corriendo a contárselo a mi mama y a mi papa.
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